miércoles, abril 24, 2024
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La relación compleja entre pobreza, educación e inserción laboral

En un contexto de desprestigio generalizado de la política y desconfianza de las buenas intenciones de políticos y allegados a esa actividad, la referencia al tema educativo ofrece ciertas ventajas. ¿Cuáles?

Por Guillermina Tiramonti (*), en el diario La Nación
La educación ha comenzado a tener un lugar de cierta relevancia en el diálogo público. Yo creo que no hay que entusiasmarse demasiado respecto de la toma de conciencia de la importancia de este factor. Comparto totalmente la valoración de la educación de la población, solo que dudo que a lo que estamos asistiendo sea a una verdadera asunción de la importancia de este factor.

En un contexto de desprestigio generalizado de la política y desconfianza de las buenas intenciones de políticos y allegados a esa actividad, la referencia al tema educativo ofrece ciertas ventajas. ¿Cuáles?

Por una parte, es un tema que goza de legitimidad social. Es una causa que casi todos creen que debe ser defendida y no se amenaza a nadie con hacerlo.

Por otro lado, hay numerosas pruebas de que una actividad de tal nivel de centralidad para definir el futuro de nuestra sociedad y de cada uno de sus individuos está en un estado catastrófico, de extrema necesidad de cambio y mejora, lo que la transforma en un tema casi obligado a la hora de hacer promesas para el futuro y señalar posibles culpables de su estado actual.

Hay otro incentivo que explica la recurrencia de su invocación pública. Desde que Sarmiento nos civilizó a través de la escuela pública, es posible otorgarle a la institución escolar una capacidad ilimitada para solucionar los más variados y complejos problemas que sufre nuestra sociedad. Sin duda hay cierta razón en ello, lo inadecuado es la construcción de relaciones lineales entre las potencialidades de la educación y sus efectos sanadores.

Uno de los temas que vuelve al primer plano, aunque ya está presente desde los 60, es la relación entre educación, empleo y pobreza. Hay múltiples estadísticas que muestran la articulación virtuosa entre más educación, menos desempleo y menor pobreza.

Sin embargo, esta liason no es simple y si pretendemos que las relaciones virtuosas entre uno y otro término se pongan en movimiento es necesario develar la compleja trama que entre ellos se teje.

Si hacemos una lectura lineal de los datos de la encuesta de hogares del primer semestre de este año, quienes tienen secundaria incompleta tienen una tasa de desocupación mayor al 7% y, en cambio, entre los que la completaron el promedio baja al 5,66%; la distancia es clara aunque no tan importante como se suele pensar.

Ahora, si sometemos los datos a otros cruces los resultados cambian. Si hacemos jugar la variable del tercil de ingresos familiares, encontramos que los valores cambian a favor de los sectores más favorecidos o caen en desfavor de los más pobres, y los jóvenes del primer caso con titulación secundaria tienen un 2,66% de tasa de desocupación y para los más pobres la tasa es del 9,28%, o sea, casi cuatro veces mayor que la de sus pares etarios.

Es más, un chico del tercil más pobre con un título universitario tiene casi el doble de posibilidades de estar desocupado que alguien que pertenece al sector más rico y tiene solo título secundario.

Entonces no es cierto, es engañoso plantear que con la sola titulación se sale de pobre y se igualan las oportunidades. Para que la educación actúe positivamente debe estar acompañada por otra serie de recursos que no otorga la escuela por sí misma.

Para conseguir un trabajo no solo se necesita el título, sino también ser portador de una serie de características culturales que son atributos del origen social. Hay que conocer y usar con desenvoltura ciertos códigos relacionales, moverse con soltura en ambientes codificados por reglas que solo conocen aquellos que han pasado su vida en ambientes institucionalizados, poseer un código lingüístico complejo y una presentación de la persona adecuada al ambiente de trabajo. Por supuesto, además de esto hay que saber leer, escribir, entender lo que se lee, poder solucionar algunos problemas matemáticos, que según cantan las estadísticas un porcentual muy bajo de los chicos pobres logra.

Si la trama de relaciones entre pobreza y educación tiene las características señaladas, es imprescindible repensar los modos de proporcionar a los sectores más desfavorecidos los recursos necesarios para entrar al mercado de trabajo. Ya sabemos que la escuela secundaria hoy no brinda a sus alumnos los saberes que requiere el mercado, pero en el caso de los sectores más desfavorecidos a esta última carencia se le agregan las anteriormente nombradas.

Para no hacer falsas promesas es necesario sincerar las estadísticas y mostrar que la deuda que tenemos con los más vulnerables no se paga con simples políticas orientadas a capturar más chicos en el aula, sino que es necesario construir puentes de integración cultural entre jóvenes que viven y se educan en fragmentos cada vez más ajenos unos de otros, para lo cual habrá que generar espacios comunes que permitan una socialización en la que se compartan las pautas culturales. Si esto es así no ayuda el principio que propone no modificar los rasgos culturales de origen de los alumnos, sino que por el contrario los condena a su condición de pobreza.

A diferencia de los discursos populistas se trata de igualar, acercar y no diferenciar y segregar.

No quiero cerrar esta columna sin decir que ya he escrito otros artículos marcando las limitaciones de estadísticas lineales que nos hacen creer que existen llaves mágicas para solucionar problemas muy complejos. Insisto con la esperanza de que en esta ocasión quienes se proponen gobernarnos comprendan que la escuela no hace ni hizo nunca milagros. Cuando evocamos las trayectorias ascendentes de los educados de las décadas pasadas nos olvidamos del papel que en esos casos brindó el mercado de la época, incomparable al escenario de nuestro presente.

Si bien insisto y retomo mis argumentos y hago el esfuerzo de que se publiquen, es difícil que alguien los escuche, porque los priva del uso de un argumento políticamente redituable, como es la idea de que todo se arregla con educación. ß

(*) Investigadora de Flacso Argentina y miembro del Club Político Argentino

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