jueves, mayo 16, 2024
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¿Por qué necesitamos recuperar nuestro niño interior?

Si nos atrevemos a contactar con nuestras heridas y a repararlas, una nueva fuerza nos habitará y recuperaremos también la posibilidad de que un mejor mundo sea posible.

Por Natalia Carcavallo para TN 

Cuando era chica quería ser grande. Estaba ansiosa por crearme una vida a mi propia forma. Ahora que soy grande comprendo finalmente que la vida que imaginaba solo es posible cuando estoy en contacto con esa pequeña. Nunca deseé volver a ser niña, pero si necesité hacerle lugar y que viva en mí. Recuperar el contacto con ella fue sanador, me devolvió fuerza para este presente y alivió la forma en que a veces nos convertimos en adultos responsables. Fue un camino de sanación y de toma de conciencia de mi origen, de las heridas de aquel tiempo que aún hoy duelen y que afectan a la mujer en la que me convertí, pero también fue una reivindicación del camino que me trajo hasta aquí.

¿Podría haber sido mejor? La mente responde a esa pregunta siempre con un “sí”. ¿Podría haber sido más fácil? Sí. ¿Menos exigido? Sí. ¿Más amoroso? Sí. Sin embargo, cuando logramos acallar los pensamientos tramposos, sabemos en lo profundo que todo ha sido como debía ser. Todo aquello que no tuvimos, nos obligó a buscar en otros lados y, en esas búsquedas, encontramos mucho más de lo que creíamos. Algunos de esos dones y talentos que hoy usamos son posibles gracias a la valentía, la resiliencia, la potencia de esa niña y de ese niño que fuimos y que todavía somos.

Este domingo celebraremos el Día de la Niñez. Crearemos algún ritual feliz para que sea un momento especial para nuestros hijos e hijas, sobrinos, nietas, ahijados, o quien sea que sintamos como tal. De forma inevitable, muchos de nosotros también, recordaremos experiencias de nuestras infancias, y viajaremos a ese tiempo. Seguro compartiremos públicamente fotos bellas, simpáticas y nostálgicas. El rito de estos tiempos nos ayudará a tomar perspectiva. Otras personas, con heridas aún sangrando, con memorias descoloridas, con fotos internas ajadas, revivirán los momentos de orfandad, de incomprensión, de miseria emocional, y repetirán otras preguntas. ¿Cómo hubiese sido mi infancia si…?

Si este presente nos encuentra siendo adultos, con herramientas, con apertura y con una consciencia diferente sabremos que nada podría haber sido distinto, y que “a pesar de todo aquello hoy estamos bien”, puede convertirse en un “gracias a todo ello hoy estamos bien”.

Sanar al niño o niña interior, volverle a hacer espacio en nuestra vida de adultos y establecer un diálogo, es una práctica que se ha vuelto habitual. Se utiliza mayormente como parte de las nuevas terapias que provienen de la psicología humanista. Tiene su origen en la Gestalt y considera que todos nosotros tenemos un niño interior que es parte de lo que somos, de nuestro yo presente y que es quien muchas veces toma el mando en situaciones cotidianas, sepámoslo o no. Aquello que hemos vivido en nuestra niñez aún nos afecta y forma parte de nuestra personalidad. La mayoría de nosotros hemos hecho de todo para sanarlo y reivindicarlo, pero siempre nos queda algo más por reparar.

Roberto Assagioli, el creador de Psicosíntesis, psiquiatra y pionero de la psicología transpersonal afirma que puede ser muy beneficioso hacer síntesis de cada una de nuestras partes y etapas de vida para lograr que lo mejor de ellas se incluya en quienes somos ahora. Sin embargo, si dejamos los traumas y conflictos sin resolver, el peso de la infancia no resuelto se convierte en algo demasiado difícil de soportar.

¿Cómo sanar a nuestro niño interior?

Como saben todos con quienes compartimos Esencia y Sentido desde hace tantos años, no creo en las listas, en las soluciones prediseñadas, en los atajos ni en las recetas. Sin embargo, para poder ofrecer hoy un punto de partida concreto, decidí sumar a este planteo los conceptos que John Bradshow desarrolla en su libro De vuelta a casa. Recuperación y defensa de su niño interior.

Según el especialista, en este camino transitamos por siete etapas o estados cuando nos atrevemos a ir en busca de esta reconexión.

Las 7 vivencias de John Bradshow para sanar al niño interior

Confiar: Para que nuestro niño interior herido pueda salir de su aislamiento necesita confiar en que nosotros estaremos allí para él. Es fundamental que no lo castiguemos, que no lo juzguemos y que no se sienta despreciado. Nos necesita como aliados y con capacidad de darle apoyo para superar los maltratos. Sólo desde esta posición podemos iniciar el camino.

Aceptar. No necesitamos minimizar el dolor ni justificarlo. Intelectualizar las razones de aquel tiempo, tampoco es un camino de resolución. En esta etapa solo debemos aceptar que nuestro niño fue herido y conectar con lo que fue sin más.

Shock. Cuando logramos la verdadera aceptación, solemos reconocer el dolor e incluso podemos volver a sentirlo. Quizás sea aún más grande de lo que suponíamos. Si en este proceso nos sentimos en shock por las experiencias con la que nos conectamos es probable que a partir de él podamos iniciar un verdadero duelo.

Ira. Emerge como una respuesta al dolor experimentado. En este momento, el enojo es normal y necesario porque actúa como una defensa a ese niño interno herido. La ira se transformará luego en fuerza para cerrar dinámicas familiares que no son sanas y para establecer nuevos límites.

Tristeza. Empezamos a lamentar lo que sucedió y lo que podría haber sido. Nos aceptamos como víctimas. La tristeza nos ayuda a reconocer nuestro sufrimiento y a volvernos compasivos con nuestros padeceres.

Remordimiento. Cuando sentimos que podríamos haber vivido una infancia diferente o que deberíamos haber sanado a nuestro niño antes, aparece un remordimiento semejante a cuando una persona querida se muere y pensamos que tendríamos que haber compartido más y mejor con esa persona. Al conectar con la emoción del remordimiento necesitaremos ayudar a nuestro niño herido a darse cuenta que no podía haber hecho nada para modificar las experiencias. Éramos demasiado pequeños.Eramos inocentes.

Soledad. Cuando tomamos contacto con nuestras heridas, nos sentimos solos aunque estemos acompañados. La soledad es tan profunda como la de nuestra herida.

Nunca es tarde

Siempre estamos a tiempo para sanar y para iniciar un camino que nos haga sentir más íntegros y coherentes. Estamos a tiempo también de cumplir algunos de los sueños que diseñamos en aquel entonces, con la ilusión y la inocencia de un mejor mundo posible, aún no corrompida.

Estamos a tiempo de saber que muchos de los “cucos” que nos implantaron para tenernos a raya, para que nos portemos bien y como falsas amenazas que pretendían protección, no existen. Ahora lo sabemos y podemos liberarnos de esos miedos.

Cuando volvemos a conectarnos con ese niño y con esa niña, además de volver a sentir el dolor, la soledad y cierta orfandad también podemos recuperar el juego, la diversión, la osadía, la creatividad, la impunidad que nos ayuda a trascender los límites, la experimentación sin consecuencias y la sonrisa que no necesita razones.

Desde chica, siempre quise ser grande. Ahora no puedo ser grande sin ser también niña.

Desde chica siempre quise ser grande. Ahora que soy grande, no puedo salir a la vida si no llevo a mi niña conmigo. Mi yo adulta la cuida, la calma, la protege. Le dice una y otra vez que va a estar bien. Que espere. Que la vida no va a ser tal cual la imagina, pero que muchas veces será aún mejor. Mi yo adulta, la necesita para recordarme que la vida también es un juego y que la sensibilidad, las emociones a flor de piel y la inocencia no son algo que debo corregir. Son fuerza, no debilidad.

Mi niña interna me rescata de la desesperanza, del cinismo y me ayuda a sostener la fe en que todos esos sueños que todavía viven en mi, son posibles y que ese mundo que imagine aún puede suceder.

En estos tiempos, más que nunca, atrevámonos a recuperar a esos niños que viven en nosotros. Escuchemoslos. Vivamos en coherencia con su sabiduría. Abacemoslos y digámosle con la certeza de nuestro corazón, que al final, todo termina bien.

Que así sea.