viernes, abril 26, 2024
Un Día Perfecto

“Alberto Fernández demostró tener opiniones dramáticamente cambiantes a lo largo de su vida pública”

Por Martín Sperati

Como me considero un periodista plural y enemigo de los fanatismos políticos, hoy voy a hablar, con mucho respeto, de nuestro presidente Alberto Fernández.

Una persona que ni en sus mejores sueños se imaginó, antes de mayo del año pasado, sentarse en el sillón de Rivadavia.

Alberto se convirtió en Jefe de Estado gracias a la “bendición” de Cristina Fernández de Kirchner. No existe registro en el mundo que un vice postule al presidente, por lo general es al revés.

Estamos viendo a un presidente más radicalizado. Recuerden ustedes, se presentó como un mandatario dialoguista. De hecho, llamó “amigo” a Horacio Rodríguez Larreta.

La ciudadanía miraba estos gestos y consolidaba la imagen de Alberto: “Al fin viene a terminar con la grieta”.

Pero este fenómeno tuvo un antes y un después cuando se puso en debate el tema Vicentín. Ahí vimos a un presidente más radicalizado. Más radicalizado incluso que Cristina en 2015.

Debe ser terrible para un presidente de un país no tener la posibilidad de gobernar bajo sus propias convicciones.

Desde la aparición en agenda de la empresa Vicentín abundaron las dudas sobre el papel de Alberto Fernández.

El presidente postula una idea en la cual ni él cree. Navega en un mar de contradicciones. Se pelea con su almohada. Propone ampliar la Corte cuando en su momento dijo que 5 eran suficientes. Lidera una idea económica no coincidente a su forma de pensar.

El Jefe de Estado se refugia sistemáticamente en Cafiero y en Massa. Se siente cómodo con ellos y le molesta cuando aparece un Máximo o una Fernández Sagasti.

Allí, nos encontramos con una cosa que nos conecta con la señora de Kirchner. Lo que estamos viendo acá, además de un modo, es un mecanismo.

El populismo radicalizado no es una ideología, es un método para mantener el poder.

Este conjunto de elementos nos constituye una escena bastante venezolana. Esto no quiere decir que Argentina se va a convertir en Venezuela pero el intento de hacerlo va a ser dramático.

Estamos en un intento. En una escala muy menor.

El presidente Fernández parece ridículo en un estado de radicalización.

Alberto propone federalismo cuando todas las decisiones políticas y sanitarias fueron como consecuencia de lo que pasaba en Buenos Aires.

Él, dijo que iba a ser justo con todas las provincias cuando en Santa Fe hay dos fallos de la Corte Suprema de Justicia que dicen que nación debe pagarle a nuestra provincia por la quita de impuestos coparticipables.

Alberto, el mismo que prestó plata a Santa Fe. Algo inédito: Te debo guita, no te la devuelvo, pero te presto con la única condición de que me la devuelvas. Desopilante. Nunca visto.

Estamos viendo un presidente que nos sugiere un modelo, un formato, una escala de una economía argentina que cuando se van las empresas el Gobierno ni se mosquea.

Lo más extraño es cuando pone de relieve la meritocracia. Ayer sugirió que la ganancia es una estafa. Imaginó o planteó una idea de suma cero.

Es decir, el que gana es porque le roba al otro. Y el que no gana es porque es robado por un tercero.

La meritocracia es un modo de avanzar. Es un modo de premiar a los que hacen esfuerzos. La iniciativa privada, el esfuerzo, el compromiso y el no esperar la ayuda externa del Estado todo el tiempo, es un mérito.

Esto de equiparar y poner en plano de largada a todos por igual para que haya mérito, no le estaría funcionando a la Argentina desde el 83 a la fecha.

¿Qué se le dice a una empresa? Que hacen esfuerzos a través de las inversiones.

Les van a decir…”Y yo no sé, porque tengo que equiparar”

¿No será que todas estas empresas que se han ido miran esta situación?

Más vale vayamos a otro lugar que invertir sea bien visto, sea un mérito, ¿no?

El presidente tiene una obsesión por la meritocracia y la está presentado en una secuencia que la voy a llamar “post Vicentín”.

Ahí pasó algo…

Alberto demostró tener opiniones dramáticamente cambiantes a lo largo de su vida pública. Y esto último me preocupa para la salud política y democrática de este país.