domingo, abril 28, 2024
OPINIÓNUn Día Perfecto

Más capitalismo y menos asistencialismo

Por Martín Sperati

Mi abuelo siempre me dejaba pensando cuando en esas noches de calor bajo la parra trataba de enseñarme que las cosas siempre, pero siempre, se consiguen con esfuerzo.

Recuerdo que me contaba un cuento muy conocido: un mendigo que acostumbra a pedir limosna en una esquina de la Quinta Avenida, frente al Central Park, interpela a un transeúnte que le acaba de dar un dólar. “Señor, hace muchos años que usted me da dinero cada vez que pasa por aquí, pero antes me daba 10 dólares, después bajo a 5 y ahora sólo me da un dólar”. El señor lo mira y le responde: “Lo que pasa, mi amigo, es que yo antes era soltero, tenía menos compromisos, y ahora estoy casado, con hijos, tengo cada vez menos para la caridad”. El mendigo lo mira y le dice indignado: “¡Así que usted mantiene a su familia con mis dólares!”.

No sé por qué me acordé del cuento que me contó mi abuelo cuando leí la queja del presidente Alberto Fernández en la versión rusa del Foro de Davos, el Foro de San Petersburgo: “Es hora de entender que el capitalismo no ha dado resultados. Los países de ingresos medios como la Argentina, se parecen cada vez más a países pobres. El capitalismo ha generado desigualdad e injusticia”.

Ricardo Hausmann, un brillante economista venezolano con muchos años en Harvard, atribuye la pobreza y la desigualdad, fundamentalmente a las diferencias de productividades de las personas. Y, dando un paso más, afirma que las personas son más productivas cuando pueden sumar sus capacidades individuales, consiguiendo un trabajo formal en una organización capitalista.

El economista postula datos categóricos: Los países con mayor organización capitalista, con más trabajadores formales en grandes empresas, tienen mejor distribución del ingreso y menos pobreza. Al contrario de lo que dijo el presidente Fernández, y desmintiendo lo que piensan muchos dentro de la clase política global (y lamentablemente, no solo políticos, sino muchos bienintencionados que bregan por la inclusión y la reducción de la pobreza), a mayor capitalismo, mayor la torta que se produce y mejor el reparto de la misma. El capitalismo, como sistema productivo, ha sido exitoso en sacar a una gran porción de la humanidad de la pobreza, basta con mirar el mundo.

Las dos regiones con mayor desigualdad en el planeta son el África del Sur, y Latinoamérica. Regiones dónde la economía informal, o la falta de acceso de su población a trabajos organizados de manera capitalista, oscila entre 40 y el 50% como mínimo. La culpa no es del capitalismo “que se mantiene con nuestra plata”, la culpa es de un marco institucional y del estatismo resultante, que no facilita que haya más capitalismo.

Un operario de Toyota es mucho más productivo que un tallerista artesanal que arma autos en su galpón. No es porque el tallerista es menos inteligente o está menos capacitado o le falte voluntad de trabajo. Simplemente, el operario de Toyota comparte sus habilidades y capacidades en el marco de una organización moderna y permanentemente actualizada, con la estructura necesaria para maximizar su productividad, con productos cada vez más complejos en su fabricación.

Por supuesto, no todas las empresas tienen éxito. Muchas fracasan, son mal administradas, quiebran. Pero justamente, en la medida que el marco institucional esté bien diseñado, serán reemplazadas por mejores, impulsando más la economía, para adelante. Por supuesto también que existen cuentapropistas exitosos, pero esa no es la regla, es la excepción.

Vuelvo al economista y a una extraordinaria diferenciación que hace entre inclusión y redistribución. Inclusión es, precisamente, generar las condiciones de educación, capacitación, infraestructura pública, para que los trabajadores informales se incorporen al capitalismo formal. Redistribución, en cambio, es compensar a los informales por no poder acceder a la economía formal. Lo segundo, que es lo que predomina en la Argentina y Latinoamérica, mejora la situación de corto plazo de los pobres, pero no influye positivamente en su bienestar y prosperidad de largo plazo, porque no genera crecimiento, no agranda la torta, al contrario, la hace cada vez más chica, por destinar más recursos a compensar con estatismo la falta de capitalismo.

En la Argentina el gasto público ha crecido en torno a un 25% del PBI en los últimos 15 años y la pobreza y la desigualdad no han dejado de aumentar. El espacio para grandes empresas capitalistas en nuestro país se ha ido achicando, con la inestabilidad macroeconómica, y un marco regulatorio, e impositivo que ataca a la economía privada formal e incentiva al crecimiento del trabajo informal, de baja calidad.

Con todo respeto, señor Presidente, si quiere dejar de ser un mendigo quejoso, le sugiero que pruebe con capitalismo e inclusión en serio, en lugar de estatismo y clientelismo.